La memoria es un océano por explorar, océano de posibilidades, profundo, lleno de islas del tesoro y de grietas oscuras.

Los intérpretes de conferencias utilizamos la memoria de forma muy pragmática, la entrenamos y cuidamos de ella como si fueran los bíceps de un culturista. Con buena dieta, vida saludable y ejercicios adecuados, la memoria crece, se expande, mejora.

Para entrenar la memoria hay que forzarla, memorizar textos cada vez más largos y complejos. También hay que saber relajarla, aprender a olvidar.

La memoria de trabajo, nuestra memoria operativa, es una herramienta de procesar y retener la información. Cuánto mejor funcione, más fácil nos resulta memorizar lo importante y olvidar lo innecesario. Los intérpretes continuamente inundamos nuestras mentes con nuevas terminologías y contextos. Gran parte de esa información solo se utiliza una vez y no hace falta retenerla. Con el tiempo, se convierte en basura que flota en el océano de la mente y hay que saber eliminarla.

Porque la memoria es el arte de recordar, pero también de olvidar.

El intérprete debe conocer su memoria, saber manejarla y a veces engañarla. Nuestra memoria no es perfecta, tiende parches de imaginación y probabilidad para cubrir y rellenar sus grietas. La memoria lo tergiversa todo, mientras que el intérprete busca la precisión, la exactitud y la fidelidad al detalle.¡

Hay un conflicto constante entre la mente, que guarda la información y la memoria, que la procesa. La información no procesada es para nosotros ilegible, pero al procesarla, la deformamos, nos alejamos de ella. Es un conflicto imposible que agota y consume la mente. Por eso el trabajo de interpretación es tan estresante. Controlar la memoria supone una gran tensión. Después de tal esfuerzo, la mente necesita descansar.

Descansar es relajar la memoria, dejarse llevar por ella para olvidarla.

memoria